Cuando Ignacio Delgado, mejor conocido como Don Nacho, era un niño, su madre tenía una pequeña tienda en Tetitlán, México.
Una mañana, ella mandó a Nacho a comprar una caja de naranjas. Le dio instrucciones de cortar las naranjas, sazonarlas con sal y chile para que a las 11 de la mañana empezara a venderlas.
“Ella me preguntó, ‘¿Cuánto pagaste por las naranjas?’”, dijo Nacho. “Yo dije $4. Ella me dijo, ‘Esta bien, quiero que le ganes $40.”
Nacho tuvo éxito vendiendo las rebanadas de naranjas y en poco tiempo sus productos cambiaron de naranjas a jícamas, a cocos, a sandías, a cañas y eventualmente a bicicletas que el reparaba y rentaba por hora.
Nacho tenía 9 años.
Ahora él es el exitoso dueño de la Taquería Pico de Gallo en 2618 S. Sixth Ave.
Pero el camino al éxito empresarial no siempre fue fácil como lo fue en el puesto de frutas en México.
De adulto, Nacho trabajó de mecánico durante 15 años en los Estados Unidos y estaba ganando buen dinero, 18 dólares por hora, pero siempre fue su sueño ser el dueño de un carrito para vender pico de gallo. No era el típico pico de gallo con tomate, cebolla y cilantro que los Tucsonenses conocen y aman, sino el pico de gallo tradicional mexicano que consiste de frutas. Los pico de gallo de Nacho tienen pedazos de coco, sandía, piña, mango y jícama sazonado con sal y chile en polvo.
Pero no todos entendían su sueño de tener una carrito de fruta.
“Antes pensaba, ‘¿Qué es esto?’ El concepto de un carrito de frutas – sólo lo había visto en México”, dijo el hijo de Nacho, Adan Delgado. “Pero aquí en los Estados Unidos, ‘esto es raro papá. Esto es raro’. Pero él estaba terco en quererlo hacer.”
A pesar de que su hijo pensaba que era un sueño extraño, Nacho renunció a su trabajo de mecánico y compró un ‘carrito’.
Su esposa, Antonia, no estaba contenta.
“Ella dijo, ‘¡Estás tonto! Tienes 40 años. Estas dejando tu trabajo por nada,” dijo Nacho. “Ella me dijo que me fuera de la casa”.
Pero Nacho estaba determinado, y paso varios meses luchando con el departamento de salud para obtener un permiso. Gasto miles de dólares para que le hicieran un carrito de acero inoxidable y hasta agregó una cocina en la parte de atrás de su casa para preparar la comida.
Cuando el departamento de salud finalmente le otorgó el permiso a Nacho, él inmediatamente empezó a vender pico de gallo en las calles del sur de Tucson.
El primer día trabajó de 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Ganó $4.
“Regresé a casa cansado, y sólo dije ‘Pues, mañana será mejor,” dijo Nacho.
No fue así. Dentro de dos meses lo más que Nacho ganó en un día fue $18.
Una noche, Nacho llegó a casa y Antonia estaba enojada.
“Mi esposa me estaba esperando a las diez de la noche en punto y me dijo, ‘¿Recuerdas cuando te dije que te fueras de aquí? Hazlo ya. Las puertas están cerradas para ti,” dijo Nacho.
Esa noche la pasó en su cocina.
Eventualmente, el año escolar inició y el negocio mejoró. Nacho explicó que los estudiantes les pedían a sus padres pico de gallo y a causa de eso se le acaba la comida por las mañanas. Debido a las peticiones de los estudiantes, él agregó horchata y elote a su menú.
Después del éxito con su ‘carrito’, se ganó el apoyo y respeto de Antonia una vez más y juntos compraron un restaurante.
Taquería Pico de Gallo comenzó pequeña, con sólo dos cuartos. Desde entonces el edificio amarillo aumentó su tamaño el doble para alojar a los clientes, especialmente durante la hora del almuerzo. En el interior, una recopilación de fotos familiares le da un toque íntimo.
El menú es simple: tacos de cabeza, pescado, birria, pollo, camarón, hay un taco para todos. Para acompañarlos tacos hay horchata y aguas frescas caseras. Y por supuesto el menú no estuviera completo sin la especialidad de Nacho, el pico de gallo.
Nacho es un propietario exitoso pero parece un abuelito normal con mechones de cabello blanco, lentes, y ropa sencilla. Él es un hombre humilde y se le conoce por su generosidad.
En particular, él hace donativos al Centro Cristiano Carismático, una iglesia enfrente del restaurante.
“Él literalmente se quitaría la camisa para dársela a alguien que la necesite”, dijo Juan Ciscomani, el director del centro de niños en la iglesia. Esta generosidad, según Ciscomani, le da a Nacho una fuerte presencia en la comunidad del sur de Tucson.
“Dentro de esa ciudad, él es muy respetado”, dijo Ciscomani. “Él no solamente apoyó los esfuerzos de nuestra iglesia pero también a los equipos de béisbol. Al que pida él le da”.
Hoy en día, Taquería Pico de Gallo está creando ganancias. Pero Nacho aún trabaja en la caja registradora y corta la fruta en la cocina.
“Tiene una mentalidad de caballo de batalla”, dijo su hijo, Delgado. “Él está criado a la antigua.”
Nacho tiene 70 años y todavía viene al restaurante todos los días a las 9 de la mañana para prepararse para el almuerzo.
“Ya me retire una vez”, dijo Nacho. “Estaba en casa mirando televisión y me sentía enfermo. Sentía como que todo me dolía. Entonces le marqué a mi doctor y me dijo que fuera al restaurante. Él me dijo, “Márqueme en una semana si aún se siente enfermo”, explicó Nacho.
Él volvió a trabajar y desde entonces no se ha vuelto sentir enfermo.