Conversadores de la cerca rompen las barreras del cerco fronterizo

Joanna Celaya, 31, con su hermano Adán en la garita Morley en la entrada de Nogales, Ariz. Les tomó tres años verse de nuevo. (Fotografía por: Joanna Celaya)
Joanna Celaya, 31, con su hermano Adán en la garita Morley en la entrada de Nogales, Ariz. Les tomó tres años verse de nuevo. (Fotografía por Joanna Celaya)

A lo largo de la frontera en Nogales a través de un cerco desgastado con huecos más pequeños que un penique, Joanna Celaya ve a su hermano por primera vez en tres años.

Ellos platican y comparten los cuentos de sus vidas por varias horas. Aquí, a lo largo de la frontera de Nogales, hay personas que conversan por la cerca y que vienen a dar amor a sus familias, ellos son quienes los Estados Unidos separan mediante sus leyes de inmigración.

“Es difícil ver a un ser querido mediante una cerca después de no verla por tres años”, dice Adán Celaya. “Quería abrazarla y besarla pero no podía”.

Según al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés), más de 400,000 personas indocumentadas fueron deportadas en el 2012. Adán fue uno de ellos. Esta cerca es su única esperanza para estar juntos. Pero, no son los únicos.

Desde el Río Grande a Tijuana una cerca separa a miles de familias. Ellos se reúnen para ver sus rostros a través de una cerca de metal oxidada. Muchos hablan de como se sentiría ser una familia normal de nuevo. Muchos tienen ilusión de tan solo un roce.

“Es el peor sentimiento ver a tu hermana a través una cerca”, agregó Adán, “pero al menos tuve la oportunidad de verla a los ojos y decirle cuanto la extraño y la quiero”.

Una familia de cuatro hermanos que siempre encuentra la manera de estar juntos ahora enfrenta una crisis más grande que la deportación. Adán fue diagnosticado con leucemia el año pasado. Él ha estado luchando en México sin el apoyo y el cariño de su familia.

“No sé qué voy hacer si algo malo le pasa a mi hermano”, mencionó Joanna. “Tengo miedo de no volver a verlo”.

Joanna, 31, y Adán, 27, han estado juntos mediante los malos tiempos. En el 2011 cruzaron por el desierto, mientras Joanna estaba embarazada con su tercer hijo.

Ella se cansó después de caminar 10 horas seguidas. Ella le dijo a Adán que tenía que descansar para recuperar su aliento cuando estaban a media hora de su destino. El chillido de un halcón alertó a los agentes de la patrulla fronteriza. Quienes llegaron inmediatamente.

“Mi hermano pudo haber corrido”, dijo Joanna. “Sin embargo, se quedó conmigo hasta el último minuto”.

No estaban armados pero los mantuvieron a punto de pistola.

Adán Celaya, 27, visitando su hermana Joanna el domingo 27 de septiembre, en la garita Morley en la entrada de Nogales, Sonora. Duraron varias horas platicando. (Fotografía por Adán Celaya)
Adán Celaya, 27, visitando su hermana Joanna el domingo 27 de septiembre, en la garita Morley en la entrada de Nogales, Sonora. Duraron varias horas platicando. (Fotografía por Adán Celaya)

“Siempre nos hemos apoyado el uno al otro”, dijo Adán. “En las buenas y en las malas”.

Fueron deportados al siguiente día en diferentes aduanas. Joanna dejó a sus dos hijos ciudadanos norteamericanos en el cuidado de su madre y su hermana.

Según un estudio conducido por el Instituto Urbano, una organización que se enfoca en cuestiones sociales y económicas, hay 5.5 millones de niños viviendo en los Estados Unidos con por lo menos un padre indocumentado. Cuando uno o dos padres son deportados, con frecuencia tienen que elegir entre vivir con un padre en otro país o quedarse en los Estados Unidos con un miembro cercano de la familia.

Unos meses después de su deportación Joanna cruzó de nuevo. Llegó a Rio Rico, un pueblo que está a 14 millas de la frontera, después de caminar por 24 horas seguidas.

Joanna ha estado en los Estados Unidos desde entonces, sin ver a su familia. No ha visto a su padre que sigue en México. El día que Adán y Joanna se reunieron su padre no pudo ir con él.

Joanna comentó que quería ver a su hermano desde antes pero tenía miedo de ser deportada otra vez si se acercada a la frontera estos últimos tres años. Unos meses atrás, Joanna pasó dos semanas en un centro de detención. Ella fue detenida por un oficial de la policía de Tucson porque un faro trasero no funcionaba apropiadamente. El oficial le pidió por la documentación adecuada pero ella no los tenía. El oficial le dijo que le tenía que llamar a ICE.

“Haz lo que tengas que hacer”, Joanna le dijo al oficial.

Después de pasar tiempo en el Centro de Detención de Eloy, la dejaron libre. Esta vez, la fianza de $7,500 que tuvo que pagar la mantiene protegida. Pero todavía tiene que presentarse ante un tribunal el 8 de dic. para ver si podrá quedarse con sus hijos en este país.

“No pasa un día que no le pida a Dios para quedarme con mis hijos”, mencionó Joanna, “También le pido a Dios poder ver a mi hermano y a mi padre algún día”.

Adán explicó que permanecen en contacto mediante las redes sociales y constantemente se llaman por teléfono.

“Desearía que pudiéramos vernos todos los días como solíamos hacerlo”, agregó Adán, “Pero sé que este es un sacrificio que tenemos que hacer por mi hermana y sus hijos para estar mejor algún día”.

Silvia Sánchez es una reportera para Arizona Sonora News, un servicio de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Arizona. Para ponerse en contacto con ella envíe un mensaje a su correo electrónico: sanchezs@email.arizona.edu

Traducido por Hiriana N. Gallegos / Editado por Lizeth Castellanos

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